sábado, 27 de febrero de 2016

El revolucionario

¿Cómo se forja un revolucionario? Quizá una niñez desgraciada donde nada le parecía suficiente, un sentimiento de agravio constante, quizá unos padres desatentos. Además de esto, cierta dificultad para hacer amigos, propensión a creer ciegamente en las personas equivocadas y la consecuente desilusión. Todo puede ser. A veces (no en todos los casos, claro) un aspecto físico peculiar y alejado de los cánones de la época o una salud frágil y escasa aptitud para los deportes. ¡Vaya Vd. a saber!
De repente el revolucionario va a la Universidad. Allí comienza a deslumbrarse con Marx, o Kropotkin o Plejanov o Lenin. Lee a Marcuse, a Bernard Shaw e, incluso, a Freud, con lo que, si ya odiaba a la humanidad tal y como es, aumenta (no me extraña) su rencor. La conclusión es clara: el mundo, tal y como es, es un error. Todo es una gran equivocación. Una herida abierta que hay que cauterizar para permitir a la piel nueva crecer sana.
La historia nunca es una fuente fiable. Todo el mundo sabe que la escriben los ganadores y las clases dominantes. Sólo trata de reyes, héroes, batallas, clérigos y monumentos, nunca de las personas,  que eran la inmensa mayoría. La Historia nunca mencionaba a la gente.
El revolucionario, ahora ya convencido de ser imprescindible para acabar con este sistema de cosas,  obtiene recompensas por su buena disposición. Incluso deja de ser importante que su físico no sea canónico. Ha emergido engalanado de fuerte compromiso social tras la trabajosa pupación que ha dejado atrás sus pasadas incertidumbres.
Ya tiene un plan.
Ese plan consiste en tomar el poder e imponer, por el bien de la humanidad, el proyecto revolucionario que, ya si, transformará a la humanidad en algo distinto y mejor de lo que ahora es, encaminándola por un sendero luminoso de justicia, paz y fraternidad, hasta, algún día, llegar a un estado benéfico de cosas dónde todos los hombres serán hermanos y el cordero compartirá el arroyo con el lobo.
Pero para hacer tortillas hay que romper huevos. Así que es preciso manejar la amarga realidad y combatir, como se pueda, las fuerzas reaccionarias que se oponen al advenimiento del Milenio.
Para esta tarea todo está permitido. Entretanto no se pueda ejecutar con mano firme y determinación inflexible, las acciones necesarias para desembocar en el futuro brillante, quizá sea necesario mentir, engañar, traicionar, torturar o matar a los desafectos y a sus cómplices.
El sabe que su labor es lenta y tardará en dar resultados. El revolucionario piensa que las posiciones políticas de esfuerzo y sacrificio por el pueblo requerirán mucho tiempo para verse recompensadas. En principio su labor está condenada a ser subterránea y abnegada. Pero a él no le importa porque sabe que la razón está de su parte. Y la virtud, porque persigue el bien de la raza humana.
Y de repente, por un cúmulo de circunstancias que mezclan las maquinaciones de servicios secretos, apoyo de gobiernos extranjeros, errores de cálculo de los grupos de poder, astucia política que luego se revela traición y estupidez, el revolucionario es nombrado un cargo municipal de algún ayuntamiento importante.
Él viene a destruir el inicuo orden dominante y a instaurar, después, el orden revolucionario que haga arder todo el edificio podrido del pasado y, de momento, sólo le encargan, por ejemplo, reformar la fachada del mercado de abastos o arreglar el empedrado de una calle de mierda en un barrio de mierda (al revolucionario, en esta etapa, le suele gustar vivir en un loft bien situado).
¿Qué tienen que ver las reivindicaciones de una asociación de comerciantes con el ardor revolucionario del amigo de la gente? Cada vez más desconcertado piensa que él, que es astuto, calculador y muy inteligente (porque se lo han dicho en su círculo) puede manejar perfectamente a esos palurdos hasta tanto pueda reeducarlos convenientemente escardando cebollinos.
Cada vez más desconcertado observa que la realidad es una malla de compleja estructura y que un pellizco aquí produce inesperados efectos allá. La inundación de lo real empieza a acorralar al revolucionario. ¡Qué felices los tiempos en la facultad cuando muchachitas con piercings le admiraban arrobadas mientras él enumeraba con precisión los pasos del proceso que llevaría a la humanidad a derrotar a las fuerzas de la Oscuridad!
Ahora los problemas eran los parquímetros, los basureros, el matadero municipal, la gestión de inmuebles, las ordenanzas de tráfico, los taxistas, las recalificaciones …. todo vulgar, prosaico y detestable.
Él se veía como un sans-coulotte conduciendo a los girondinos a la guillotina mientras, desde las ventanas, bellas jacobinas le vitoreaban. Se veía combatiendo a los rusos blancos en Kronstad. Haciendo huir a los nazis de Moscú. Cazando fascistas en la República de Saló. Incluso izando, junto a sus compañeros, la bandera roja, como el grupo escultórico que recuerda Iwo Jima.
¿Y qué es ahora? El mismo muchachito feo, acomplejado, desubicado, sentado en la valla de la granja con los pies colgando y sin entender nada.

¡Tengan cuidado! Cuando estas personas tienen que elegir entre replantear su concepción de la vida o encontrar culpables y traidores que justifiquen las divergencias entre el mundo y su visión del mundo, suelen acudir al enemigo exterior y a las llamas purificadoras de la afirmación de la fe.

miércoles, 10 de febrero de 2016

los perros y los dueños de los perros

Yo no tengo perro. Una vez mi hija, que intenta a toda costa paliar el mal y el dolor del mundo animal, trajo a casa una perrita de raza incierta pero buen tamaño.
El método de mi hija es sencillo: la ducha escocesa. Trajo la perra tranquilizándonos con el cuento de que nuestra casa era un hogar provisional, y con la secreta esperanza de que, transcurriendo el tiempo, lo provisional deviniese definitivo.
El experimento duró poco. Al segundo día se cargó muebles de jardín por valor de 1700 euros. La devolvimos a la perrera.
No mato perros, no les doy patadas, deploro que se les torture y abogo por que los perros abandonados sean suprimidos de modo indoloro.
No creo que debamos aguantar perros en la calle. Me gustaría que los perros hagan sus deposiciones en el jardín de sus dueños. Ni siquiera me parece bien que los saquen a cagar. Pobrecitos. Son animales. Pero yo pago muchos impuestos para tener las calles limpias de mierdas de perro. Por supuesto, hoy en día, esto es una pretensión imposible.
Los espacios públicos deben ser usados sin molestar a los demás usuarios. Un perro
molesta. Babea. Caga. Mea en la calle. Es una molestia para los demás.
En un foro de comentarios de Libertad Digital, un forero se queja de todo esto que hacen los perros en los sitios públicos y dice que está harto y que, si dices algo sobre la caca de perro o lo que los dueños dejan hacer a los perros en los parques, es seguro que tendrás un follón, de mayor entidad cuanto más enclenque te vean. Yo personalmente no suelo acabar a hostias porque la gente se lo piensa cuando me ve. Pero si los dueños de perro cagón cuyas cacas no recogen son increpados por una señora de mediana edad de aspecto apocado tendremos, casi seguro, un grosero despliegue de insultos y denuestos.
El forero dice, además, que, a su parecer, todos los dueños de perro son tarados.
Es verdad que no comprendo esta afición contemporánea por los perros. Tenían su utilidad para avisar de la presencia de zorros, ladrones y otras alimañas en un perdido medio rural. También defendían a las ovejas de los lobos y nos ayudaban a cazar. Ya no. Yo voy al Carrefour.
Parece que llevar un bicho atado con una cadena es el summum de la sensibilidad y el buen gusto, y los que no lo hacemos somos depravados y resentidos.
¿Es la soledad? No entiendo que un animal irracional que manifiesta un cariño servil y abyecto pueda llenar el vacío personal que los afectos humanos no han podido llenar. Lo comprendo y me apiado de quien así siente. No me es ajena la soledad y el vacío de una vida que comenzamos entre gritos y llantos y, si estamos conscientes, terminamos igual. Pero no me gusta que lo hagan pasar por virtud y a los que no queremos perros porque no solucionan la herida existencial fundamental y nos parecen prescindibles, nos tilden, de algún modo de insensibles.
Yo no creo que los dueños de perro sean unos tarados.
Me he puesto a pensar en los amigos y conocidos con perro. ¿Por qué lo tienen?
Una vecina tiene un perro. Ahora no le hace ni puto caso, pero, cuando sus hijos eran pequeños, servía para dulcificar el carácter de los niños, según ella. Yo creo, por lo que oía en su jardín, que los niños más bien usaban al perro como juguete unas veces, y como blanco de sus pequeñas crueldades otras veces.
Otro vecino tiene un hermoso galgo afgano perfectamente atildado y de elegante paso. También tiene un Jaguar. Son signos externos. Una muestra hacia el exterior de lo bien que nos ha ido en la vida.
Otra amiga, hace años, tenía una preciosa perrita cocker en un piso de Madrid. Volcaba la afectividad frustrada por un divorcio complicado en la perrita. Le daba solomillo para comer y la perrita terminó artrítica a los 4 años y hubo que matarla porque se moría de dolores.
Para refutar las afirmaciones del forero un dueño de perro escribe que, una vez, una señora le reprendió por algo que había hecho su perro (babear, cagar, mear, morder, qué más da….) y le dijo que la estaba molestando. Iban en un tren de cercanías.
El defensor del prestigio de los dueños de perro, dice que respondió a la señora que a él tampoco le gustaban las cerdas y que se tenía que aguantar. Yo creo que esto no pasó nunca y que está ocultando con una anécdota inexistente lo que realmente piensa del forero.
Veamos la crónica del relato: el ofendido amante de los cánidos insulta a una señora que paga, como mínimo, tantos impuestos como él, por decir en voz alta que no le gusta que los perros vayan en los trenes. Porque huelen mal. Porque babean. Porque se cagan y se mean. No se lo dice a él por lo que él es, sino por ir acompañado de un semoviente molesto.
Como el virtuoso no puede criticar los hábitos de la señora, porque los desconoce, ya que ella no se los impone (al contrario de lo que él hace con ella) la llama cerda.
Dice que está harto de tanta cerda.
¿Mostraba signos externos evidentes de desaliño? ¿Apestaba? ¿Estaba sucia? Hemos dicho que la anécdota sea, probablemente, falsa. Utilizó el término más despectivo que encontró, en su repertorio, para calificar a quien constataba un hecho y que él consideró una afrenta.
El forero sólo describe cosas que suceden a su alrededor, pueden percibirse y ser objeto de una calificación precisa: los perros cagan y los dueños no recogen la mierda; los perros huelen a perro y en un sitio cerrado el olor se hace molesto.
También es repugnante el olor a orina que deben aguantar los vecinos de los lugares de botellón. Si eso se reprime sólo los progres se escandalizan. Es de razón que los vecinos tienen derecho al descanso y a no ver sucias y hediondas las calles por cuya limpieza tanto pagan. Pero esto tiene algo en común con lo descrito con el forero.
A nadie se le ocurre increpar a 25 adolescentes borrachos que mean en los aligustres y están hablando a voz en grito a las 2 de la mañana. A nadie que no vaya bien armado.


lunes, 8 de febrero de 2016

Contra las mordazas; contra los ediles demagogos

Quizá porque en mi juventud temprana, que es la época dónde se fijan las convicciones, existía la censura previa y en la facultad de Derecho maldecíamos todo atentado contra la libertad de expresión, me parece una barbaridad que en nuestro ordenamiento penal estén tipificadas conductas que sólo suponen un ejercicio de la libertad de expresión.
Nunca entendí por qué existía el delito de injurias. Si alguien es un hijo de puta y se lo dices cometes delito de injurias ¿por qué?
Otra cosa son las calumnias. Decir que alguien ha robado algo, sin haberlo hecho, debe de estar penado. No se puede tolerar que el honor, que es un derecho fundamental, sea lesionado impunemente por un calumniador. Pero, ¿insultar a alguien?... ¿por qué no? ¿Qué pasa, que no sabes defenderte nenaza? Si no sabes aprendes y si no te buscas a alguien que lo haga por ti. Puedo imaginar interesantes certámenes de insultos en donde lo más florido de nuestro idioma fuera esgrimido por espadachines de la invectiva.
Lo que si ha de establecerse es la obligación de que los responsables del medio en el que se produzcan los insultos (si fuera un medio cuyas inserciones estuvieran restringidas a la voluntad de los propietarios) faciliten el derecho de réplica en las mismas condiciones en las que se produjeron los insultos. Por lo demás, todo debería quedar en batallas florales.
Sin embargo se opta por la penalización. Se supone que el bien jurídico protegido es el honor.
Si yo le digo a una diputada “tienes pinta de guarra, de tirar las bragas a la pared y quedarse pegadas”, pueden Vds. llamarme grosero, impertinente, artista del mal gusto…lo que quieran que yo ya me despacharé. Pero ¿me podrían meter en prisión provisional por eso? Parece que a mucha gente le parece que está bien que sea así.
Si yo digo viva ETA, o viva HITLER o viva STALIN, estoy expresando públicamente mi deseo de que, aquellos que tanto asesinaron, continúen vivos. Puede ser un signo de debilidad mental, de crueldad impenitente, de maldad irreprimible, lo que quieran, en todo caso YO no mato a nadie diciendo eso. No robo a nadie, no quito nada a nadie. Otro puede decirme, en estúpida contestación a mi estúpida alabanza, viva el GAL, viva Montgomery o viva Yeltsin. Son libérrimas manifestaciones de la libertad de expresión.
Apología del terrorismo. Enaltecimiento del terrorismo. Humillación de las víctimas. Sólo palabras contra el derecho a ser idiota. Si las palabras ofenden es culpa del ofendido. No hay mejor desprecio que no hacer aprecio, y si te molesta, contesta.
Yo personalmente creo que los titiriteros encarcelados son siniestros personajes que, si pudieran o cuando puedan, reirían a carcajadas mientras a Vd. y a mí nos torturan en una checa. Pero aún no lo han hecho.
Lo que si considero inaceptable es que la encargada de contratar a los artistas de variedades no sea responsable de los contenidos de sus actuaciones.
Ella debió saber de qué se trataba. Si cesa o no al encargado de festejos no es indiferente. La responsable es ella. De hecho la responsable es la abuelita lobo, pero concedamos que una alcalde no puede estar a todo y detengamos la responsabilidad en la Sra. Mayer.
Y desde luego, se utiliza la prisión provisional en un sentido completamente pervertido respecto a su misión fundamental: impedir que el imputado se sustraiga a la acción de la justicia o haga desaparecer pruebas que podrían inculparle o confirmar su potencial culpabilidad.
¿Qué van a hacer los perroflautas del guiñol? ¿Huir de España a ayudar al ISIS? ¿Irse a las islas Caimán con los de Ocean Eleven? ¿Romper los muñecos?
Entramos en una pantomima en dónde nada es lo que parece pero ninguno parece saber lo que es. Una estúpida logomaquia dónde los que supuestamente defienden la ley y el orden desconocen sus fundamentos y los que atacan al sistema se revelan apasionados defensores de la ley y el orden. El signo de los tiempos.

Para terminar: los titiriteros tienen derecho a hacer su aquelarre en donde quieran. No con dinero público. No sin advertir que no es una obra para niños. Yo tengo derecho a decir que ellos y el encargado de festejos y la concejal forman parte de una red tejida para destruir el estado de derecho, la propiedad y la libertad. No tengo pruebas. Es una opinión. Lo suyo también. Aún.

domingo, 7 de febrero de 2016

Alabanza y panegírico de los Bancos

En estos días de furiosos ataques al materialismo capitalista, a los desalmados esclavos del IBEX, a las feroces e implacables multinacionales y de ponderación santurrona de los antiguos modos de producción, la pequeña empresa y la economía familiar, voy a escribir unas líneas en defensa de los Bancos. Si, Sres. de los bancos.
Los Bancos reúnen el capital necesario para que los emprendedores puedan desarrollar sus proyectos a una escala que, si estuvieran restringidos a su propia capacidad económica, sería imposible.
¿Alguien puede imaginar a Elon Musk iniciando la fabricación de un nuevo modelo Tesla sin la participación de los Bancos?
¿Es posible financiar las nuevas pantallas de cristal de Corning – Gorilla Glass con cargo al bolsillo de su CEO, Wendell P. Weeks?
Es obvio que no.
Los Bancos evitan que, en nuestros desplazamientos, tengamos que llevar físicamente el papel moneda de que dispongamos.
Imaginen que su hijo va a estudiar un master en New York que le mantendrá 6 meses fuera de casa. ¿Cuánto dinero necesita?
10.000 del master
12.000 del apartamento
9.000 para comer
3.000 para desplazamientos
3.000 para esparcimiento
5.000 para imprevistos.
O sea, 43.000 USD, unos 38.000€.
Vamos y mandamos al niño con PanAmerican a La Guardia con 43.000 $ en el bolsillo. Y pasamos 6 meses sin que nos llegue la camisa al cuerpo pensando si le habrá pasado algo y dándole el coñazo por teléfono todos los días. Mucho mejor está el dinero en un Banco.
Como todas las herramientas, los Bancos pueden ser bien o mal utilizados. Para que un Banco sea útil a la sociedad, es decir, para que sirva a los dos valores fundamentales de la civilización: división del trabajo y cooperación social, necesitamos que cumpla algunas condiciones:
Libertad de creación de establecimientos bancarios
Banca sin reserva fraccional
Riesgo de gestión a cargo del Banco
Todo lo que no sea esto produce ineficiencias de funcionamiento y, más tarde o más temprano, responsabilidad subsidiaria a cargo de la Administración, es decir, de nuestros impuestos.
¿Por qué yo no puedo hacer un banco especializado en crowdfounding? Pues no puedo. ¿Y hacer un Banco con 50 amiguetes? Tampoco puedo si no reúno los requisitos imposibles que impone el Estado. En el fondo, no puedo hacer un Banco sin los apoyos políticos adecuados. ¿Por qué me da que esto implica corrupción y tráfico de influencias? Soy muy mal pensado.
No puede ser que, si un banquero lo hace mal, se reflote el Banco con cargo al erario público. Existe un fondo de garantía de depósitos que, con cargo a las aportaciones de los Bancos, nos garantiza hasta 100.000 pavos por cuenta o depósito. Punto. Más allá de esto, quien pierda ha perdido. Adiós dinero. Haberte enterado de cómo iba el tema. Haberte buscado un Banco mejor, más sólido, más fiable. En todo caso has perdido pasta. Te jodes.
Cuando yo levanto una empresa textil y mis diseños no gustan, mis costes son altos y mis precios también y la tecnología es obsoleta, se me acabará el negocio en 3 años. Te jodes. No has sabido hacerlo. Hazte funcionario o intenta poner un taller de cortadoras de césped, o de muñecas. Has perdido la pasta y, si era tuya ya no la tienes o la debes, si no la tenías antes.
¿Por qué habría de pagar el Estado a mis inversores, que se han equivocado y son corresponsables de mis errores, con dinero público? No lo hacen. Con los Bancos tampoco se debe hacer.
Y llegamos al punto más conflictivo y que produce más descrédito del mundo bancario: la reserva fraccional.
Los bancos no están obligados a conservar sino un pequeño tanto por ciento del total de los depósitos recibidos. Un 2 o un 3 por ciento, en general.
Eso significa que, si todos los impositores quieren recuperar su dinero al mismo tiempo (lo que es muy improbable) no pueden. Simplemente se quedan sin casi nada de su dinero.
Además los Bancos conceden créditos con cargo a dinero que no tienen (o del que tienen un pequeño porcentaje), creando, con ello, dinero ficticio, aumentando los precios (en términos monetarios) y generando inflación. Las transacciones interbancarias consisten en apuntes contables que presuponen la existencia de cantidades imaginarias. El dinero no está…pero la gente lo usa y los precios suben.
Hay que acabar con la reserva fraccional y el dinero ficticio. Como Vd. y como yo, los Bancos deben usar sólo el dinero que sus impositores hayan depositado. Sus créditos, inversiones y especulaciones deben hacerse fiando a su habilidad y perspicacia para detectar oportunidades de negocio. Deben ganar dinero cuando aciertan y perder cuando yerran.
Estos Bancos, que hoy no existen, serían un elemento imprescindible para la formación de capital. Sin ellos no es posible aumentar significativamente la producción que la sociedad demanda.

Los Bancos son auténtico progreso. La redistribución con cargo a impuestos que pagan los más hábiles no es progreso. El viejo Mises demuestra que, todo lo que no sea un sistema libre de precios como elemento de información de las necesidades de la gente es una interferencia con la riqueza y el mejor servicio de los consumidores.