¿Cómo se
forja un revolucionario? Quizá una niñez desgraciada donde nada le parecía
suficiente, un sentimiento de agravio constante, quizá unos padres desatentos.
Además de esto, cierta dificultad para hacer amigos, propensión a creer ciegamente
en las personas equivocadas y la consecuente desilusión. Todo puede ser. A
veces (no en todos los casos, claro) un aspecto físico peculiar y alejado de
los cánones de la época o una salud frágil y escasa aptitud para los deportes. ¡Vaya
Vd. a saber!
De repente
el revolucionario va a la Universidad. Allí comienza a deslumbrarse con Marx, o
Kropotkin o Plejanov o Lenin. Lee a Marcuse, a Bernard Shaw e, incluso, a
Freud, con lo que, si ya odiaba a la humanidad tal y como es, aumenta (no me
extraña) su rencor. La conclusión es clara: el mundo, tal y como es, es un
error. Todo es una gran equivocación. Una herida abierta que hay que cauterizar
para permitir a la piel nueva crecer sana.
La historia
nunca es una fuente fiable. Todo el mundo sabe que la escriben los ganadores y
las clases dominantes. Sólo trata de reyes, héroes, batallas, clérigos y
monumentos, nunca de las personas, que
eran la inmensa mayoría. La Historia nunca mencionaba a la gente.
El
revolucionario, ahora ya convencido de ser imprescindible para acabar con este
sistema de cosas, obtiene recompensas
por su buena disposición. Incluso deja de ser importante que su físico no sea
canónico. Ha emergido engalanado de fuerte compromiso social tras la trabajosa pupación
que ha dejado atrás sus pasadas incertidumbres.
Ya tiene un
plan.
Ese plan
consiste en tomar el poder e imponer, por el bien de la humanidad, el proyecto
revolucionario que, ya si, transformará a la humanidad en algo distinto y mejor
de lo que ahora es, encaminándola por un sendero luminoso de justicia, paz y
fraternidad, hasta, algún día, llegar a un estado benéfico de cosas dónde todos
los hombres serán hermanos y el cordero compartirá el arroyo con el lobo.
Pero para
hacer tortillas hay que romper huevos. Así que es preciso manejar la amarga
realidad y combatir, como se pueda, las fuerzas reaccionarias que se oponen al
advenimiento del Milenio.
Para esta
tarea todo está permitido. Entretanto no se pueda ejecutar con mano firme y
determinación inflexible, las acciones necesarias para desembocar en el futuro
brillante, quizá sea necesario mentir, engañar, traicionar, torturar o matar a
los desafectos y a sus cómplices.
El sabe que su labor es lenta y tardará en dar resultados. El revolucionario piensa que las posiciones políticas de esfuerzo y sacrificio por el pueblo requerirán mucho tiempo para verse recompensadas. En principio su labor está condenada a ser subterránea y abnegada. Pero a él no le importa porque sabe que la razón está de su parte. Y la virtud, porque persigue el bien de la raza humana.
Y de
repente, por un cúmulo de circunstancias que mezclan las maquinaciones de
servicios secretos, apoyo de gobiernos extranjeros, errores de cálculo de los
grupos de poder, astucia política que luego se revela traición y estupidez, el
revolucionario es nombrado un cargo municipal de algún ayuntamiento importante.
Él viene a
destruir el inicuo orden dominante y a instaurar, después, el orden
revolucionario que haga arder todo el edificio podrido del pasado y, de momento, sólo le
encargan, por ejemplo, reformar la fachada del mercado de abastos o arreglar el
empedrado de una calle de mierda en un barrio de mierda (al revolucionario, en
esta etapa, le suele gustar vivir en un loft bien situado).
¿Qué tienen
que ver las reivindicaciones de una asociación de comerciantes con el ardor
revolucionario del amigo de la gente? Cada vez más desconcertado piensa que él,
que es astuto, calculador y muy inteligente (porque se lo han dicho en su
círculo) puede manejar perfectamente a esos palurdos hasta tanto pueda
reeducarlos convenientemente escardando cebollinos.
Cada vez más
desconcertado observa que la realidad es una malla de compleja estructura y que
un pellizco aquí produce inesperados efectos allá. La inundación de lo real
empieza a acorralar al revolucionario. ¡Qué felices los tiempos en la facultad
cuando muchachitas con piercings le admiraban arrobadas mientras él enumeraba
con precisión los pasos del proceso que llevaría a la humanidad a derrotar a
las fuerzas de la Oscuridad!
Ahora los
problemas eran los parquímetros, los basureros, el matadero municipal, la
gestión de inmuebles, las ordenanzas de tráfico, los taxistas, las
recalificaciones …. todo vulgar, prosaico y detestable.
Él se veía
como un sans-coulotte conduciendo a los girondinos a la guillotina mientras,
desde las ventanas, bellas jacobinas le vitoreaban. Se veía combatiendo a los
rusos blancos en Kronstad. Haciendo huir a los nazis de Moscú. Cazando
fascistas en la República de Saló. Incluso izando, junto a sus compañeros, la
bandera roja, como el grupo escultórico que recuerda Iwo Jima.
¿Y qué es ahora?
El mismo muchachito feo, acomplejado, desubicado, sentado en la valla de la
granja con los pies colgando y sin entender nada.
¡Tengan
cuidado! Cuando estas personas tienen que elegir entre replantear su concepción
de la vida o encontrar culpables y traidores que justifiquen las divergencias
entre el mundo y su visión del mundo, suelen acudir al enemigo exterior y a las
llamas purificadoras de la afirmación de la fe.