Es tendencia conocida a lo largo de la larga historia de la
especie la figura del cortesano. Cuando
el pelota cree que halagando a una persona de poder obtendrá dádiva, ventaja o beneficio, dispone sus
artes para conseguir el beneplácito del poderoso.
Es el logrero persona insegura y temerosa pues cree que con
sus naturales virtudes no podrá conseguir los réditos que espera obtener
mediante la abyección y la obediencia ciega.
Pero es el turiferario persona libre en lo profundo de su
ser porque no se encuentra aherrojado por la certeza de las virtudes del amo al
que obedece. En el fondo le sabe de inferior categoría porque se deja seducir
por él (no olvidemos que el lacayo es inseguro) y es sensible al halago, que,
como todo el mundo sabe, debilita y entorpece el juicio.
El lameculos no cree que sus alabanzas estén justificadas,
por el contrario piensa que el idiota que las recibe se conforma con cualquier
cosa y es de justicia engañarle, traicionarle o dejarle en la estacada a la
primera oportunidad en que, si consecuencias, pueda hacerlo. Por ello tiene un sólido convencimiento del acierto de su
criterio. De momento se humilla y obedece pero ¡ay en cuanto pueda!
El rastrero ha de ser buen actor. No puede sobreactuar
exagerando su celo y convirtiendo la defensa de los intereses de su señor en
una pantomima escasamente creíble. Debe aparentar indignarse lo justo y debe
parecer que cree lo que dice, así el mensaje penetrará mejor en la audiencia.
¿Creen que Wyoming cree en lo que dice? Por supuesto que no.
Ejerce su magisterio para defender eficientemente las causas que tiene
encomendadas y, por ello, obtiene sus recompensas (parece que básicamente en bienes
inmuebles)
¿De verdad piensan que Carlin está de acuerdo con la rendición
de Colombia ante las FARC? ¡Claro que no! Tiene un guion que pasa por la
alabanza del acuerdo, la persecución al disidente que, no sólo no está de
acuerdo, sino que es un tarado sin criterio y la presión a los diletantes que,
si votan si obrarán bien y si votan no será porque son unos borrachos, engañan
a su mujer y traman jugarretas contra sus amigos.
Por supuesto no todos valen para lo mismo. El sectarismo
demasiado ostensible tiene poca credibilidad y resulta, a medio plazo,
perjudicial para la causa.
La agitación y la propaganda requieren un iter procesal que
siga unas pautas ya muy conocidas:
- Magnificación del suceso y alabanza a sus autores
- Denuesto de los que se oponen y campaña de desprestigio
- Amenazas a los que dudan y clima de violencia
Por supuesto hay que medir bien estas tácticas. Si se
extrema la representación todo puede irse al traste. El esperpento es mal
elemento de convicción. Como en “El nombre de la Rosa”, si aparece la risa
desaparece el miedo y la campaña de propaganda fracasa.
Nadie teme a un dictador ridículo o desnudo. Es preciso
regular la intensidad del peloteo para que la figura alabada no se torne
irrisoria.
Afortunadamente estos mercenarios no aciertan siempre y las
costuras de sus mentiras se descosen con facilidad.